miércoles, 2 de febrero de 2011

Pavarotti canta Riccardo en Oviedo (1978)

Aun cuando ya lo habían absorbido los grandes teatros de EE.UU, en 1978 Pavarotti continuaba actuando en "provincias", incluyendo en esta categoría a dos ciudades de España - Bilbao y Oviedo - que lo habían aplaudido en los años anteriores a su fama mundial. Aparición, pues, del divo en un escenario fuera de los grandes circuitos; pero uno acostumbrado desde siempre a escuchar y juzgar primeras figuras.

Esta interpretación de Ricardo, uno de sus papeles más representados en esa época, presenta al cantante como dominador de las exigencias vocales y sólo a un pequeño paso de la completa maduración en disco con Solti. Su estado vocal vuelve a ser óptimo en 1978 tras la crisis de mediados de los setenta. El instrumento puede decirse que es por fin el ideal para el papel: ha adquirido mayor consistencia y colorido en la zona media y los descensos bajo la primera línea del pentagrama suenan más seguros, pero esto no se ha conseguido a costa de las buenas prácticas. La emisión fluye a través del pasaje como si no existiera y la zona alta es una verdadera maravilla: timbre plateado, intenso y penetrante pero siempre terso y fácil. La grabación se realizó desde muy cerca del escenario y esto permitió captar sin apenas interferencias un timbre de una riqueza pasmosa: quizá nunca exhibió tantas cualidades en toda la gama. Se ha resuelto la sensación de esfuerzo, con una zona de pasaje no del todo cubierta, que podía percibirse en la grabación de La Scala del año anterior. Con la confianza que da la buena forma, el cantante sale a comerse el teatro y su "La rivedrà nell'estasi" es la acostumbrada aria de presentación más que una reflexión para uno mismo. Sin embargo es difícil escuchar una voz de Ricardo más enamorada y férvida. El famoso Cancán está cargado de chispa, buen humor y genuina alegría de vivir: las palabras suenan alternando vigor y ligereza con una claridad que engatusa. Idéntica alegría mediterránea inunda la Barcarola, teñida también de un sentimentalismo quizá un poco falto de ironía pero cautivador por la dulzura de la media voz de la segunda parte (como se ve, no fue una idea de Solti). Sí hay un tono burlón inconfundible en "È scherzo od è follia", que sin el recurso fácil de la risilla entra en el oído como una cascada de brillantes carcajadas. Éste es el hombre público, deslumbrante y proclive al buen humor. El mundo privado de Ricardo - según Pavarotti - está enteramente dominado por el duettone y la cabaletta "Sì, rivederti", páginas donde la entrega al rojo vivo y el fervor del acento trascienden el fulgor vocal: el personaje se entrega a su pasión como a una fatalidad más que aceptada, anhelada. Escúchese la dulzura de "Non sai tu che di te resteria (...) quante notti ho vegliato anelante..." o el abandono de "La mia vita l'universo" y "Un sol detto". Frases de intensidad dolorosa pero aun más emocionantes por mantener una pudorosa contención. El timbre se expande con una luminosidad radiante en los "M'ami", pero también es sedoso al descender a la zona grave. Más que un timbre, es un paradigma del héroe romántico. Igualmente admirable es el pasaje "M'ami... M'ami! Ah!, sia distrutto", donde el acento viril, la articulación nítida y esculpida y la fuerza con que todo culmina en un amplio sib son un modelo verdiano. La cabaletta "O qual soave brivido" encuentra en ambos cantantes una interpretación ajustada, a medias entre la reflexión íntima (gozosa en él, angustiada en ella) y la efusión. Los timbres, mórbidos, juveniles, se compenetran magníficamente y concluyen con un espectacular do agudo. Una página antológica como también lo es la citada "Sì, rivederti": amplia, viril, fulgurante. La entrega del momento se cobra un lab ("Mi brille") un poco empañado pero vuelto a colocar. La escena previa (recitativo y cantabile) depende más del trabajo de los matices y, aunque hay fervor en ese ataque de "Ma se m'è forza perderti", se echa de menos un número de signos de expresión y el cierre es demasiado extrovertido. El resto de la interpretación no muestra signos de rutina, desde su autoritaria participación en el Trío del segundo Acto hasta el emotivísimo dúo final con Amelia (donde tiene una pequeña inseguridad al atacar el sib). Es bueno insistir en detalles de acentuación como los que se escuchan en los pasajes dialogados ("E perchè piangi", "Al natio tuo cielo") para desterrar de una vez la fama del intérprete pasivo. Hay que afirmar, eso sí, que la dialéctica del dúo se confirma de nuevo como la que más variedad e imaginación inspiraba a Pavarotti. En la posterior escena de la muerte de Riccardo sorprende el olvido del texto: ha de repetir las palabras en la segunda vuelta ("Io che amai la tua consorte"). Sin embargo el sentido de la maravillosa melodía es el pedido por Verdi, con ataque a flor de labios, un progresivo crescendo y vuelta al piano. El efecto sfumato de las primeras frases es muy efectivo y según parece lo tomó del admirado di Stefano. Una interpretación con un notable nivel medio pero, sobre todo, grandísimos logros en varias escenas.