lunes, 28 de septiembre de 2009

Pavarotti en concierto

Pavarotti durante un recital en La Scala en 1983.

En 1973 Pavarotti inicia una actividad con la cual actualmente lo relacionamos siempre: los recitales. En la siguiente entrevista de la televisión pública de Kansas City, Mr. Richard Harriman cuenta cómo acordó estas primeras actuaciones en solitario, que significativamente se desarrollaron en los EE.UU..





Harriman recuerda que había escuchado a Pavarotti en el MET e inmediatamente decidió contratarlo para sus recitales de la Harriman-Jewell Series en Kansas, donde otros artistas tan conocidos como Itzhak Perlman o Marilyn Horne ya habían actuado. En ese momento Pavarotti no tenía un representante exclusivo para tratar con los teatros americanos, así que Harriman se dirigió a Herbert Breslin, quien desempeñaba funciones de relaciones públicas. El avispado hombre de negocios no dejó escapar la oportunidad de seguir explotando la popularidad del cantante y al cerrar el acuerdo de los primeros recitales asumió de hecho el puesto de "manager". Aunque Harriman asegura que el recital del 3 de febrero en Kansas fue el primero de Pavarotti en EE.UU., en realidad fue el segundo, puesto que dos días antes había cantado en Liberty (Missouri). La narración proporciona información relevante sobre los nuevos hábitos que esta nueva actividad imponía: Pavarotti no estaba bien de salud y el día 6 tenía el estreno de "Rigoletto" en Nueva York. Decide tomar el avión desde allí (donde se supone que estaría ensayando) y pasar dos días en Kansas dándose un descanso. Hasta el mismo día del recital no decidió que iba a cantar. Harriman también asegura que en ese recital ya apareció su famoso pañuelo para secarse el sudor que le producían los nervios, contradiciendo la versión del propio tenor según la cual se trataba más bien de un piloto que debería avisarle si gesticulaba demasiado durante la interpretación. Tras los recitales, llegaron las dos representaciones en el MET, seguidas de una Gala el día 10. El día 13 de febrero, nuevo "Rigoletto" en Filadelfia. El día 15 se produce una novedad: el primer concierto en solitario con orquesta en Denver, Colorado. Es decir, tres representaciones, tres actuaciones en solitario y una gala en el plazo de dos semanas, además de los viajes correspondientes. Naturalmente, el recital ofrecía un impacto publicitario exclusivo para Pavarotti y el correspondiente aumento de ingresos; además de ahorrar muchos de los inconvenientes de las representaciones (los largos ensayos en primer lugar). A cambio, esta nueva fase en su carrera entrañaba dos riesgos obvios: el desgaste vocal y la rutina. Al entrar en un ritmo continuo de actuaciones, reduciendo el imprescindible descanso entre las mismas, la fatiga vocal era inevitable y es fácil comprobar que desde 1973 su discografía, tanto oficial como privada, muestra actuaciones donde falta la frescura de años anteriores. Por otro lado el recital es un género que plantea un desafío especial: es el intérprete en solitario, enfrentándose a una audiencia sin más auxilio que sus propios medios vocales, intentando no caer en la monotonía mientras ejecuta una pieza tras otra. Por ello, sólo una clase muy determinada de cantantes han sido capaces de hacer suyo el recital. Sabemos por ejemplo que entonces Breslin también era representante de Plácido Domingo; éste sin embargo no estaba por hacer recitales de forma habitual, lo que posiblemente escondiera inseguridades de tipo técnico y artístico. Por esta razón, el empresario se centró en el tenor italiano desde ese momento. Pavarotti poseía la personalidad y el bagaje técnico para sostener el desafío. Sin embargo, en su magnetismo, su popularidad, también residía un peligro. La mayor parte de estas actuaciones empezaron a desarrollarse en el rentabilísimo mercado de EE.UU., aprovechando la fama que como estrella del MET ya tenía Pavarotti. El público norteamericano estaba ansioso de "consumir" su voz. Esta predisposición simplemente era una especie de "cheque en blanco" para el éxito, que unida al cada vez mayor número de actuaciones (en 1978 llegaría a los 35 recitales) fácilmente podían originar la temida rutina.

No parece este caso, en el que más bien se percibe una concentración intermitente: el primer concierto como protagonista en el Denver Auditorium Theatre. Le acompañó la Denver Symphony Orchestra bajo la dirección de Priestman. Pavarotti abre el concierto con una sólida pero rutinaria escena final de Edgardo, una mala elección para ponerse en situación. Sólo en la cadencia ("Chi muore per te") ofrece un poco de fervor. Sin embargo se muestra mucho más concentrado en "Che gelida manina", de la que ofrece una interpretación magistral, atenta a los claroscuros expresivos, más tierna que exuberante. Retornan los modos expeditivos en "La donna è mobile", despachada con encanto (atención a esa forma de acentuar "La donna è mobil" de la segunda estrofa) pero de forma superficial. Todo lo contrario de la gran escena del Duque, en la que raras veces ha sido tan convincente. Siempre lo fue en el recitativo, en el que alterna con fortuna frases enérgicas y ensoñadoras, sonidos desplegados, timbradísimos y medias voces de seda. Sin embargo cuando se supera a sí mismo es en el aria, pues el tempo moderado escogido se aprovecha con fortuna, paladeando las amplias frases y acentuando con intención. La morbidez y la intensidad de "Ned ei potea socorrerti" o "Per te non invidiò" (en la cadencia) son de verdadero tenor romántico. Interesante el ataque al sib agudo con un expresivo golpecito de glotis. Igualmente cautivadora es la siguiente pieza, una bella "Furtiva lagrima" que ataca con una suavidad admirable, como en estado de ensoñación. El rallentando en "Invidiar sembrò" tiene un efecto mágico. No todo es perfecto y se percibe que el filado de "Lo vedo" se vela, como si la posición del sonido cayera, pero es un pequeño problema. La intensidad crece en "Per poco a suoi sospir", muy diferente de "Invidiar sembrò", pero siempre sin resultar demasiado extrovertido. Como cerrando el arco, en la repetición de "Si puó morir", en un pianissimo de dulzura infefable, retorna el carácter abstraído del inicio, con esa messa di voce en "d'amor" que es como una mirada a la propia felicidad. A continuación viene la escena de Alfredo, donde se muestra más expansivo y obtiene un adecuado contraste con el soliloquio de Nemorino, pero se echa de menos alguna variación de tempo y dinámica. Pavarotti nunca cantó la cabaletta "O mio rimorso" cuando tenía en repertorio "La Traviata". En este caso no está atento a los grupetti escritos y por tanto faltan el vigor y el nervio que Verdi previó conseguir a través de los mismos. Además se lanza sin convicción y a destiempo contra el do agudo, lo que resulta en un sonido algo forzado, carente del apoyo debido. Como propina, un "Torna a Surriento" de trámite que lo muestra con nuevas dudas, pues parece que va a tomar el tradicional si agudo pero finalmente se va a la octava media. Como vemos, las Napolitanas (con una pronunciación mejorable) formaron parte ya de sus primeros conciertos.

En resumen, un recital con cosas magníficas y otras que muestran quizá falta de preparación y ensayos; sin embargo el público aplaudió por igual unas y otras. ¿Quizá una invitación al conformismo?